2.10.14

On bravery

Querida Natalia, tu correo de la semana pasada vuelve a mí cada vez que preparo mi té de media tarde. Te confieso que escribir una respuesta se me antojaba difícil porque siempre has sido tan generosa conmigo, han sido tantos tu amor y tu luz, que yo sólo puedo ver de mí aquello que no está a la altura de tu mirada. No digo esto desde un autocompadecimiento que desee nuevas bonitas palabras para sentirse bien. Por suerte, de ese hábito infantil me voy desprendiendo. Lo digo porque pienso que es mi cobardía la que me hace valiente. No soportarla, saberla existente, sentirla como un veneno paralizante y contradictorio, que me hace peor y que representa todo aquello que no me gusta, me hace dar siempre el paso que externamente pueda decirse valentía y que a mí me cuesta toda la fuerza, que casi parece a veces más la última brazada, la desesperación antes de la asfixia. El paso. Hacer. Cambiar. La cobardía se expresa en distintas maneras: la resistencia al cambio es la más obvia, pero también el dejar pasar las cosas, el adaptarse como un reptil al medio (y ahí invoco a nuestra Sara: los animales de sangre caliente no podemos confiar en los de sangre fría), el decir "yo simplemente obedecía órdenes". Sobre estas cosas pienso siempre pero hoy me veo aquí. Y tú no lo sabes, pero "aquí" ha cambiado ligeramente en estos días: tras el viaje accidentado a Nueva York del fin de semana en el que no logré hacer de lo que me proponía más que visitar y pasar tiempo con los dos soles que desde allí me cuidan, las circunstancias me han hecho cambiar de guarida para que así fuera, para estar mejor. Pero no siempre se me ha dado bien estar mejor. Me interrogo con sorpresa pues a veces si me paro a pensar quién soy, qué hago, mi cuerpo, mis manos, los objetos que me rodean, los textos... si me paro a pensar no termino del todo de reconocerme. O sí, pero de una forma tan sorprendente, tan nueva, que simplemente se produce un corte en el pensamiento que me impide saber cuál es el giro de este tiempo hasta ahora: a trancas y barrancas, con todo el miedo, con toda la resistencia cobarde, he sido capaz de hacer por estar mejor, de hacer. De caminar. Me enredo al hablar de estas cosas pero creo que no te será del todo difícil tirar del hilo. No lo será porque si algo a mí me ayuda (antes, ahora y lo seguirá haciendo) es el ejemplo, la experiencia compartida. Por eso creo que la carne tiene memoria y que el contacto nos hace compartir ese saber, hacerlo tribal y genealógico. Te tengo tan presente desde que te conozco... en cada decisión, ante cada noticia, sea buena o sea revés. Puede que seas la persona que mejor comprende porque más comparte lo que soy como ser hacia lo externo -trabajo, escritura- y lo que soy, podría ser, no quiero ser, no sé si he sido hacia lo interno. Te tengo presente porque ninguna vida amada puede pasar por la nuestra sin afectarnos, directamente o en su ser, en su hacer, diciéndonos en su desarrollo las opciones del camino. Siempre lo he sentido así y cada persona que llega nueva, las poquitas que entran a fondo en este corazón siempre tan cerrado a lo vacuo y lo superfluo, todas ellas están presentes, son parte, se agarran a la carne e iluminan las sombras del camino. He buscado luces, estos días. Salvo excepciones, todas estáis lejos y las no humanas, las de la ciudad, aunque benévolas, no dejan de ser fantasmagóricas, alucinadas, falsas como muchas cosas que me rodean en esta tierra. Y sin embargo aquí estoy, pensándote, deseándote dormida y en el descanso, antes de la guerra diaria de esos dos seres bellos que crecen de ti. Aquí estoy, como dice una de mis canciones favoritas de las que cantó Eva Cassidy, with a penny to my name, con nada, con esta que soy, para ser valiente.


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