25.9.14

Go as local as you can, but...

Querido Lucas, eres sin duda la persona de mi vida que mejor conoce la cultura urbana de Norteamérica sin que ello te suponga, jamás, gestualidad estúpida o engreímiento derivado de una referencialidad que se percibe en otros países, el nuestro entre ellos, como rasgo de estilo, pose o identificación elitista. Me explico. Tú no te travistes, eres. Tu identidad tiene sus roots donde ya sabemos, las llevas en la piel. Ello no impide que cierta mirada al reconocer lo tribal en otras latitudes te aproxime al entendimiento de este lugar de la única manera que a mí me merece respeto. Todo esto cruzó por mi cabeza a la velocidad del rayo cuando me di cuenta de que James Street no era el decorado de una película y en los soportales de sus preciosas casas de madera destartaladas no había actores ni la música era extradiegética ni las miradas intimidatorias a la extraña, una indicación del guión. Por las mismas, también supe rápido que eran las tres y poco de la tarde, varios colegios a lo largo de lo que es más bien avenida, criaturas correteando a esos preciosos, preciosos autobuses amarillos. Hay algo extraño en estar aquí porque no me siento de aquí, no siento pertenencia hacia lo que significa Yale, ni siquiera el respeto intelectual hacia las personas que aquí trabajan bien o hacia su biblioteca consigue que me sobreponga a la sensación de otredad constante en esta universidad. Sé que no puedo, con mis raíces, ser parte. Es curioso porque la universidad norteamericana ha sido históricamente destino de exilio que ha tratado muy bien a quienes desde España recalaron en sus aulas. Y no dudo de que así sería, de que así sigue siendo. Hoy he descubierto que mi tutora aquí, además de ser experta en nuestro siglo querido y poeta, es experta en ciertas poetas, autoras, entre ellas una que por completo desconocía. Hoy descubrí que su mentora fue una exiliada española que trabajó aquí hasta llegar a la cátedra, que llegó aquí tras educarse bajo el manto de la Institución Libre de Enseñanza, auspiciada por Jimena Menéndez Pidal... Marina Romero, se llamaba. Y dejó un hondo impacto en profesoras que han hecho brillantes carreras como hispanistas y la conocieron cuando tenían 20 años en el college femenino en el que enseñaba literatura española. Es hermoso eso. Que alguien te dé una lengua, te dé palabras, te enseñe a amarlas. Tú y yo sabemos lo que es, tenemos la suerte de Carmen Alfonso en nuestras trayectorias. Me dijiste, go as local as you can... pero hay un punto en el que no puedo porque yo soy parte, con mi estancia, en mi etiqueta externa y en lo que significo con apenas la descripción de mi estar aquí -grad student, Yale- de ese extremo de la ciudad que vive al margen de lo que ocurre al otro lado del río y su industria. Leíste Rebeldes tarde como para que te hiriera, pero recordarás el río, el símbolo que delimita los espacios de cada tribu. De eso se trata, en realidad, en cierto modo: mi tribu tampoco es la del otro lado del río en su parte más sórdida, si bien allí también viven quienes sí son fácilmente identificables con una clase trabajadora a la que pertenezco. Mi tribu no está en la zona mexicana de la ciudad, pero no es tampoco parte del espacio universitario que me acoge. Esa escisión, que siempre ha estado en mi vida, es ahora palmaria. Siempre consciente de que era mi capacidad, no el dinero, la que me ha permimitido moverme en ámbitos intelectuales, de investigación, en los que de forma clara la mayoría de personas no provenían exactamente de mi mundo. En ese debate fascinante sobre la existencia y condición de las clases medias españolas del siglo XIX yo soy síntoma de esa indefinición en el que ciertas cualidades -la inteligencia, la palabra- permiten la movilidad. Esta ciudad tiene, al menos, dos corazones. Uno debería abrazarlo con agradecimiento servil y gregario. Pero yo me fui del Consejo Superior de Investigaciones Científicas porque eso no me deslumbró, au contraire... El otro, en el que me siento en peligro pero en mi sitio, tampoco es del todo mi lugar. Por eso mi calle, encrucijada, frontera, está entre las raíces de esos dos corazones. Quizás porque esto siempre va a ser así. Quizás porque lo bueno es la alerta que previene ante el falso neón, ante el también falso engrandencimiento de lo pequeño para dignificar lo que en el fondo se aborrece. El parque cerca de la casa está lleno de robles. Te puedo escribir esto porque tú, allá donde te lleva la vida, desde que te conozco, no olvidas su exacta dimensión, de las ramas a la sombra. Admiro eso en ti. Pienso en ello hoy que reflexiono sobre el dónde, sobre el qué, sobre el quién. Hoy que invoco las dos líneas de CV de esta estancia para no verme forzada a ningún espacio que no quiera encarnar. Hoy que pienso con miedo que si tocan exilios, si esta tierra tiene otra vez que abrir sus puertas, que estemos cerca, que no falte el amor, que por nada del mundo tengamos que vivir trasplantados sin raíces.


No hay comentarios:

Publicar un comentario